lunes, 21 de febrero de 2011

Kitsune

Para quienes no me conocen, me llamo Lucas J. Robles Correa. No me gustaría seguir avanzando en caracteristicas mías ya que creo que una persona se puede definir por varios factores en su vida, de los cuales uno de los más importantes, si es que no es el más importante, es lo que escribe y lee. Es por esto que no les contaré todo acerca de mí (de hecho ni siquiera puse mi segundo nombre), pero trataré de escribir con la mayor regularidad posible, y con esto, dejar una marca para después.

Bueno, aquí sin más, les dejo uno de mis cuentos. Si pueden, lean los cuentos que vaya poniendo más de una vez, si pueden dos, y si quieren más, unas tres veces. Es solo un consejo, pueden seguirlo o no, ahí ustedes.

Dejemos que el pensamiento impregne lo que leen.



Kitsune


Cuando miró por la ventana de ese día, se dio cuenta que la estaba mirando. Era un zorro rojo, como esos que se pueden encontrar en Japón entre los árboles del bosque.
Tenía una cola larga y unas orejas puntiagudas. Al comienzo, ella se asustó un poco, pues por el hecho de ser un animal salvaje, podía ser agresivo. Sin embargo, éste solo miraba, no gruñía, ni tampoco había comida cerca de ella que él se pudiera robar. Aún así, ella no era muy de confiar en los demás, por lo que le cerró la ventana para que no pudiera entrar en la casa. El zorro quedó esperando todo el día frente al vidrio. Ella varias veces fue a su habitación a buscar algo y más tarde, en la noche, fue a buscar ropa de su closet pues iba a salir con un hombre que había conocido el día anterior; y ahí estaba siempre el zorro, esperando en el vidrio a que ella se abriera como persona. Es extraño cómo ella le temía al zorro y no al hombre que había conocido antes, siendo que ambos podían ser igual de peligrosos, y los conocía casi de la misma manera.

Ella salió de su casa, pero el zorro no, y quedo de esperarla hasta que ella volviera, y si era necesario, hasta que ella ya no le temiera. Cuando ella volvió a su casa, el zorro se había dormido en el antejardín, cerca a la puerta de entrada. Ella no tenía mascotas en su casa, por lo que no sabía bien como acercarse al zorro sin que él la pudiera ver como una amenaza y la atacara, pero finalmente decidió entrar en silencio a su casa y dejarle en un plato con un poco de la carne que le había sobrado del almuerzo.

Al día siguiente cuando ella despertó, decidió ir a ver a la entrada del jardín como marchaba la situación con el zorro, pero él ya se había ido, dejando el plato de comida intacto, sin haber probado nada. Le extrañó bastante la situación, pero decidió seguir con su vida y tomar esa historia como una anécdota que pudiera contar en sus días de fiesta.

En la noche de ese mismo día, ella hizo lo mismo que el día anterior y fue a buscar ropa limpia a su closet porque iba a salir nuevamente con el hombre de los días anteriores. Fue en ese momento que miró por la ventana y lo vio nuevamente. El zorro se encontraba esperando nuevamente fuera del vidrio. Sin embargo ahora, la reacción de ella no fue la misma que la del día anterior, sino que decidió abrir la ventana y dejarla así para que el si quería entrar, lo hiciera sin el menor miedo, pero él no quiso entrar a su habitación y se quedo afuera, con su cabeza apoyada sobre el marco. Ella extrañada por el comportamiento del zorro, decidió sentarse en su cama a esperar a que él entrara, y esperó tanto, que no salió esa noche.

A medida que iban pasando los días, ella se fue dando cuenta de que iba dejando cosas de lado, cosas que antes podían tener una importancia mayor, pero ya no. También se fue dando cuenta que el zorro de a poco fue entrando en la casa y quedándose como su compañero. Sus amigas la llamaban constantemente al teléfono para que saliera con ellas, pero siempre daba la excusa que no podía, por tener cosas que hacer en la casa. Y si bien no tenía necesariamente que hacer cosas, prefería quedarse y ver el comportamiento del zorro. Comenzó también a retomar las actividades que había dejado cuando quiso entrar por completo a la vida nocturna, como leer y escribir, mientras el zorro dormía en la alfombra del living. En los días también era diferente, pues como su compañero estaba casi todo el tiempo en el antejardín, ella podía salir y darse cuenta de la increíble naturaleza que había en su casa, algo que nunca había notado antes.

Sin embargo, a ella le parecía extraño que nadie le dijera nada por tener un zorro en el jardín, siendo que era un animal salvaje. Todas las personas que pasaban por ahí se le quedaban mirando extrañados, incluso con vergüenza, porque a ella no le importaba descansar en el pasto y que todos la pudieran observar.

De a poco fue conversando con las personas que pasaban por su casa y mostrándoles lo lindo que era la naturaleza, pues ellos como se encontraban sumidos en lo monótono de sus vidas, no podían verlo realmente.

Su vida había cambiado completamente en un par de semanas. Ahora disfrutaba del día,  le alegraba el despertarse y abrir la ventana de su habitación para ver como el sol iluminaba todo a su paso. Ahora todo le parecía mucho más rojo, más verde, más azul y más amarillo. Los colores vivían y ella se sorprendía de eso día a día.

Un día, de los muchos que hay, ella despertó en la mañana y al levantarse se dio cuenta de que el zorro se había marchado. Lo buscó por todos lados, pero nunca apareció. Incluso les preguntó a las personas que pasaban frente a su casa, pero ellos solo reían o se asustaban con la idea de tener un zorro viviendo en una casa. Los vecinos tampoco  lo habían visto ese día, es más, para ellos nunca había existido ese zorro. Pero ella sabía que sí había existido, pues había compartido con él, y había dejado todo lo que no tenía real importancia en la vida.

Al día siguiente, ella dejó de buscar a su compañero, pero no dejo de lado lo que este le había enseñado, pues ahora eso era lo que le importaba realmente. Eso era lo substancial ahora, el leer y admirar la vida, no solo el vivirla y dejarse llevar por el placer de las cosas. Así que finalmente tomó la decisión de dirigirse a su habitación, miró la ventana, sacó uno de los tantos libros que tenía, y se dirigió al antejardín para leer acostada sobre el verde pasto, sin importarle lo absurdo que podía encontrarlo la gente que pasaba por ahí.

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